Mirando al pasado ves pasar páginas y páginas de tu día a día. Un lujo que te hace derramar lágrimas agrias, que te matan poco a poco, corroen tus entrañas.
Cientos de pasos dados en falso te hacen caer como la primera vez, las heridas en tus rodillas cada vez influyen más en tu camino. E intentas seguir, seguir como sea, llegas hasta el punto de arrastrarte, pero cada centímetro avanzado exige una recaída.
Te ahogan los sueños, son tu efímera condena. Solo tú puedes hacer que desaparezca, borrarla y comenzar otra vez.
Buscas razones, carentes de sentido todas y cada una de ellas para no luchar, para dejar de blandir esa espada que protege a tu corazón de miedos e inseguridades.
Dejas los segundos correr. Tic, tac…
No logras contener los temblores de tus marchitos labios.
Soledad te tiene encadenada y el mundo egoísta no te deja ver cual es aquella verdad que puede abrirte un camino entre la maleza.
Mañanas que llegan y no les encuentras sentido y es que en un pasado fueron mejores. Sin embargo regalas tu mejor sonrisa cuando pisas la calle, sonrisa imperfecta que se va agrietando durante el transcurso del día, ya no quedan fuerzas…
Das vueltas a un café que deja atisbar un pequeño torbellino, que te llama, que te alcanza, que te traga.
Te pesa el futuro, te pesa el pasado y el presente… No lo sabes.
Dejas flotando en el aire un quizás, un ojalá… Pero no eres capaz de asegurar.
Aspiras la última bocanada de aire fresco, sales del balcón y abres la cama. El sueño hace pesar tus párpados.
Duerme…
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